Una obsesión traída del desierto egipcio transformó para siempre un barrio de Medellín, ¡conoce la misteriosa historia!

En el corazón del tradicional barrio Prado, en Medellín, se alza una edificación que parece extraída directamente del antiguo Egipto. Su diseño exótico y símbolos jeroglíficos rompieron con todos los cánones de la época y desafiaron a una ciudad marcada por el pensamiento conservador y católico. Se trata del Palacio Egipcio, también conocido como la Casa de la Torre y llegándolo a asemejar con un templo, es una construcción tan imponente como misteriosa, que fue concebida por un hombre adelantado a su tiempo: Fernando Estrada Estrada.
Este relato, rescatado por el programa “No es cuento” de Teleantioquia, revive la historia de un personaje que, montado en una mula, salió de Aguadas, Caldas, con destino a Europa y terminó importando a Medellín una arquitectura inspirada en los templos de Karnak, Luxor y Dendera.
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Una vida marcada por la búsqueda del conocimiento:
Fernando Estrada no fue un hombre común. Apasionado por la astronomía, la óptica y la historia, su recorrido académico lo llevó a estudiar filosofía en Alemania, ciencias en La Sorbona de París y a participar en expediciones junto a egiptólogos en El Cairo. En 1912, fue testigo de la magnificencia de los templos egipcios, experiencia que transformaría para siempre su visión del mundo… y de su futuro hogar.
Tras años de estudio y viajes, Estrada regresó a Colombia y se radicó en Medellín. Fundó el Gabinete Optométrico y Óptico Fernando Estrada E., que más adelante se convertiría en la reconocida Óptica Santa Lucía. Su regreso a casa parecía definitivo, especialmente luego de casarse con su prima Soledad Estrada Gómez, con quien tuvo 14 hijos.
El templo que rompió moldes:
Fue en 1928, en pleno auge del barrio Prado, cuando Estrada inició la construcción de su excéntrica casa. Lo hizo en un lote cerca de la entonces conocida Basílica de Villanueva (hoy Catedral Metropolitana), desafiando no solo los estilos arquitectónicos imperantes, sino también las normas morales de una Medellín profundamente religiosa.
El diseño del palacio fue ejecutado con la ayuda del arquitecto Nel Rodríguez Hauesler, el escultor Ramón Elías Betancur y el maestro Bernardo Vieco. Cada rincón tenía un propósito simbólico y estético: la torre replicaba el templo de Karnak, el patio el de Luxor y el pórtico evocaba al de Dendera. Ninguna habitación tenía puertas, como en los templos faraónicos, solo cortinas. Incluso los muebles fueron diseñados con un monograma dedicado a su esposa.
El resultado fue una construcción que muchos consideraron una herejía. Se decía que quien pasaba por el andén frente a la casa o también conocido como templo podía ser excomulgado, dada la naturaleza pagana de sus símbolos. Sin embargo, para la familia Estrada, este no era un templo, sino su hogar.
Entre pirámides y estrellas:
Uno de los espacios más queridos por Fernando era el observatorio astronómico en la parte más alta de la casa, desde donde contemplaba el firmamento, alineado con su vocación científica. Las paredes estaban decoradas con papiros, jeroglíficos y esculturas que transportaban a quien ingresaba al Valle del Nilo.
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Una de las piezas más llamativas fue un busto de la reina Nefertiti, adquirido por Estrada en 1937. Se creyó durante años que era una de las copias oficiales del original resguardado en Berlín. Incluso expertos del Museo del Louvre llegaron a estudiar la pieza. Aunque se descartó su autenticidad como réplica original, su valor simbólico permaneció.
El paso del tiempo y el legado de un visionario:
Con la muerte de Fernando en 1959 y la transformación urbana de Medellín, el barrio Prado comenzó a perder su esplendor. La Casa de la Torre cambió de dueños, fue sede de una agencia de publicidad, colegio, restaurante, e incluso refugio para habitantes de calle. Aún así, siempre se ha intentando preservar lo que queda de esta joya arquitectónica que aún señala al cielo con su torre, como recordando los días en que un soñador trajo un pedazo de Egipto a las montañas de Antioquia.
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