Un clan unido por la tierra, la fe y la palabra donde no podía falta el hijo perdido, el cura y el niño «cansón»; así era la familia paisa

Así era la típica familia paisa en tiempos de arrierosImágenes tomadas del programa Relatos mágicos de Teleantioquia

«¿De dónde venimos? ¿Por qué somos así? ¿Cuál es el verdadero sentido de nuestra existencia?» En Relatos mágicos, un programa investigativo y documental de Teleantioquia, emprendemos un viaje hacia nuestras raíces y la familia para encontrar respuestas en los relatos que nos definen.

En este capítulo, nos adentramos en la historia de la familia paisa en tiempos de arrieros: forjada entre montañas, cafetales y caminos de herradura, fue el núcleo social y cultural que sostuvo el desarrollo de Antioquia durante los tiempos de los arrieros. Estas familias, tan particulares en su composición y dinámica, dejaron una huella que aún se siente en la identidad del pueblo antioqueño. ¿Qué queda de ellas hoy?

Durante los siglos XIX y XX, mientras otras regiones del país mantenían estructuras sociales de gran propiedad, en Antioquia predominó la propiedad de microfundios: pequeñas parcelas familiares donde la tierra no solo era medio de subsistencia, sino también símbolo de autonomía. Esta diferencia marcó profundamente el carácter emprendedor, independiente y comunitario del paisa.

La familia típica paisa no era simplemente madre, padre e hijos. A menudo incluía a los abuelos, al solterón, a la beata, a la “hija perdida” y al hijo bobo, entre otros personajes. Esta composición multigeneracional y diversa respondía a una necesidad: sostener la economía familiar y mantener los lazos sociales en territorios donde el aislamiento geográfico exigía cohesión.

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La imagen que se popularizó con la familia Castañeda –una especie de caricatura folclórica con sus ponchos, carriel, mulas, sotanas, camándulas y sombreros con velo–, tiene un trasfondo real. Esa familia era una representación de la vida cotidiana del campesinado antioqueño, donde la religión católica, el trabajo duro y el sentido de comunidad se aprendían en casa.

Como bien lo retrató Manuel Mejía Vallejo en La Casa de las Dos Palmas, el contexto histórico, político y geográfico influyó directamente en la configuración de estas familias. Mientras en otras zonas del país se mantenía la herencia virreinal, en Antioquia se fundaban pueblos desde cero, con una vocación pionera. Eran hombres y mujeres que, a lomo de mula y con sus hijos a cuestas, iban armando alcaldías, caminos y parroquias.

Esta mezcla de campesinado español con influencias árabes, al llegar a Antioquia, se entrelazó con mestizos ya presentes. El refrán “entre más primo, más me arrimo” era algo más que chiste: la endogamia fortaleció identidades familiares muy cerradas, lo que dio como resultado comunidades con fuerte homogeneidad cultural y religiosa.

Además del trabajo y la religión, los mitos y relatos orales también tejieron el universo de la familia paisa. Historias como la de la niña de la Primera Comunión, obsesionada con vivir ese sacramento y cuya vida terminó trágicamente justo antes de alcanzarlo, eran contadas con el fin de enseñar valores, advertir peligros o simplemente reforzar la identidad. Estos relatos cargados de magia, miedo y enseñanza moral son una muestra del papel pedagógico de la tradición oral.

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Sin embargo, con el paso del tiempo y la llegada de la modernidad, este modelo familiar comenzó a fracturarse. El crecimiento de las ciudades, la industrialización y los procesos migratorios desdibujaron la figura tradicional. En las metrópolis, el esquema familiar se diversificó, dando lugar a nuevas formas de relación: hogares unipersonales, familias reconstituidas y dinámicas menos ligadas a la religión o al campo.

Hoy, lo que queda de la familia paisa tradicional está principalmente en la memoria colectiva, pero pese a los cambios, muchas de las bases sobre las que se formaron estas familias siguen siendo pilares de la sociedad antioqueña: la importancia de la familia, la transmisión de valores, la fe y el trabajo como forma de dignidad. Aun cuando las formas han cambiado, el espíritu permanece.

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