Sus pinceladas rompieron paradigmas del siglo XX y dieron apertura a nuevas formas de ver el arte y entender lo femenino. Sus actos fueron calificados como extravagantes e irreverentes y sin duda lo fueron, pues logró ganar concursos nacionales, co-crear espacios de interacción artística, llevar sus obras a importantes salas del mundo y ser referente del arte pop en el país.
Dorare, como firmó alguna de sus obras, fue la madre de seis hijos que crecieron rodeados de arte, música y cultura, quienes la recuerdan, en palabras de Dora Luz, su hija mayor, como una mujer que “sabía armonizar los diferentes aspectos de la vida”.
Su casa era el lugar de crianza de sus hijos, pero también era una cita obligada para los artistas que llegaban a Medellín, no solo por su ubicación céntrica y su cercanía con el Teatro Pablo Tobón Uribe, uno de los teatros más representativos, sino por el entusiasmo y el respaldo que encontraban en la anfitriona para gestionar proyectos que, para la época, parecían imposibles.
Sus actos fueron calificados como extravagantes e irreverentes y sin duda lo fueron, pues logró romper paradigmas de una época, ganar concursos nacionales, co-crear espacios de interacción artística como las Bienales de Arte en Medellín, integrar grupos de montajes y producciones cinematográficas, gestionar espacios culturales como la Plaza de Botero, ser referente del arte pop en el país y llevar sus obras a importantes salas de Colombia, Francia, Estados Unidos, México, Bélgica y Alemania.
Una infancia rodeada de arte
El arte fue una constante en su vida. Su abuelo, un inglés que llegó a Santo Domingo, Antioquia, trabajó como organista y joyero. Y su padre se desempeñó como presidente vitalicio de la Sociedad de Mejores Públicas, cargo que le permitió ser un actor fundamental en la consolidación del Teatro Pablo Tobón Uribe.
Cuentan sus familiares que, a muy corta edad, de la mano de un albañil que trabajaba en su casa, aprendió algunos pasos de tango apache que le permitieron participar en un concurso y coronarse como ganadora de una caja de colores que, más que un premio, sería el prólogo de una vida llena de matices y tonalidades.
El arte que despierta emociones
En sus obras, les dio color a personajes famosos de su época, cuestionó las normas, inspiró a los más jóvenes, hizo una crítica permanente sobre género y política y no dudó en darle protagonismo a los colores brillantes y alegres que siempre la caracterizaron.
Eladio Vélez, Rafael Sáenz, Aníbal Gil y Richard Kathmann, fueron algunos de sus maestros; sin embargo, su ojo artístico se agudizó con libros y revistas que llegaban a sus manos y con múltiples viajes y visitas a importantes museos del mundo.
“Yo no empecé a pintar con la ambición de volverme famosa”, decía con frecuencia; sin embargo, “Gardel en Llamas”, fue referenciada como pionera del pop art en Colombia, una obra que hace parte de la serie “Mitos”, en la que la artista antioqueña también retrató, entre otros, a personajes ilustres como Simón Bolívar, Rodolfo Valentino y Manuelita Sáenz.
Al final de sus días soltó los pinceles y se dedicó a “pintar con los pies”, como se refería al baile, otra de sus pasiones. Pero su legado quedó inmortalizado en más de 80 exposiciones, murales representativos en la ciudad y, por supuesto, en el recuerdo de quienes se dejaron inspirar por su alegría y sus constantes lecciones de vida que, en la mayoría, de los casos aludían a buscar la libertad que ella encontró en cada pincelada: “Si quiere ser un barrendero feliz, sea un barrendero feliz (…) ¿Esa es su verdad? ¡Hágala, vívala!”.
Por: Alejandra Carmona Sierra
Teleantioquia