Cada día se siente con más intensidad que se acerca la más especial de las festividades del año. Las calles vibran, los corazones se inundan de emociones y una inexplicable alegría invade el alma, porque en estas épocas se masifica un espíritu misterioso llamado Navidad, que más allá de decoraciones, rituales o regalos, llega cargada de la posibilidad de pasar tiempo con nuestros seres queridos, esos que son o se han convertido en nuestra familia.
Compartir es algo más que regalos materiales, es la oportunidad perfecta para brindar felicidad, dar abrazos, contar historias, acoger al otro, al viajero, al distante, al cercano, al solitario, porque no hay nada como recibir la visita de quienes nos han construido un espacio en su corazón.
La clave es sentir, estar con el otro y acercarlo para reforzar los lazos que se debilitaron en la lejanía, atándolos con la fuerza y resistencia que adquirimos en las distancias para que, pase lo que pase, no se pierdan nunca. Retomemos las costumbres, arriesguémonos a crear nuevas tradiciones con los que hay y por los que se fueron. ¡Hagamos planes! De los grandes, los pequeños, los inesperados y los especiales, todos juntos o uno a la vez, pero hagámoslo en familia porque la nueva familiaridad está a punto de comenzar y en el hogar está la base del futuro lleno de luz y alegría.
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Nunca olvidemos la calidez de un hogar o de un abrazo, y sobre todo, de acompañar a quienes siempre nos han apoyado a lo largo de nuestras vidas. No olvidemos lo esencial, sigamos cuidándonos unos a otros, al conocido, al vecino, al amigo y al familiar, porque compartir la Navidad en familia, emociona más que cualquier cosa.