Aunque la pandemia ha permitido compartir en familia, de una forma más íntima, cercana y austera, este año por fin, las festividades decembrinas vuelven con un ensordecedor canto de alegría fortalecido por las pequeñas acciones que no sabíamos que teníamos hasta que corrimos el riesgo de perderlas y que ahora atesoramos como nunca antes.
Las cuadras vibran por el aire invadido de solidaridad y amistad, el amor y la alegría rebosan de esa complicidad a veces espontánea, a veces fugaz o a veces eterna entre habitantes fortuitos de esas callejuelas coloridas, alegres y diversas que una vez al año desbordan cual torrente ese misterioso espíritu a través de diminutas luces, muñequitos, música, pesebres, colgandejos, “enredajos”, estrellitas, bonachones blanquirrojos y hasta magos que conjuran con su magia ese portal mágico que se abre para recibir a esa otra familia compuesta por amigos y vecinos.
Qué emocionante es pasar por las avenidas llenas de color, recorrer las calles adornadas y caminar los diminutos andenes de los barrios, municipios o veredas para deleitarse con esas fachadas coloridas, animosas y hasta exóticas que llenan de vida hasta el más recóndito rincón de nuestros corazones. Recuperar eso que añoramos, recordar y mirar afuera cada pequeña lucecita, cada instalación y cada vecino, son ahora un placer que reconforta el alma. Ver al que sobrevivió, al que se aisló, al que ayudó, al que nunca le dio y a los que se fueron pero siguen estando presentes, llena el corazón de un regocijo colectivo nunca antes visto porque finalmente, hoy podemos verlos brillar de nuevo.
Abre las ventanas para escucharlos, decora las puertas, no solo para dejarlos entrar sino para salir a verlos, para seguirnos cuidando desde este cerca, para vigilar que todos estén bien, para deslumbrarnos con pequeños detalles y momentos que resulten memorables. Verifica que cada bombillo sigue ahí afuera, brillando con su tenue luz, porque como en las luces navideñas, cada vecino es solo un pequeño bombillo pero la unión y la cercanía con ellos, uno al lado del otro, nos convierten en una extensión navideña tan grande que es capaz de brillar con la intensidad de un sol para iluminar la salida de estos difíciles tiempos y poder de una vez querernos desde más cerca que nunca.